domingo, 9 de septiembre de 2007

Marcos 1:9-11

“Comentario Analítico, Exegético y Homilético”
Marcos
Alex Donnelly


MARCOS 1:9-11


“9 Aconteció en aquellos días, que Jesús vino de Nazaret de Galilea, y fue bautizado
por Juan en el Jordán. 10 Y luego, cuando subía del agua, vio abrirse los cielos, y al
Espíritu como paloma que descendía sobre él. 11 Y vino una voz de los cielos que
decía: Tú eres mi Hijo amado; en ti tengo complacencia.”


Pasajes Paralelos: Mateo 3:13-17; Lucas 3:21-22; Juan 1:29-34.




I. ANÁLISIS

Un día, mientras Juan bautizaba, Jesús vino de Nazaret, y pidió ser bautizado (v. 9). Al momento de salir del agua, el Espíritu Santo descendió sobre Cristo, en forma de una paloma (v.10). Enseguida, una voz del cielo dijo, “Tú eres mi Hijo amado; en ti tengo complacencia” (v.11).

Estos versos son de gran interés e importancia. En ellos leemos del encuentro entre dos grandes personajes: Juan el Bautista, el último de los profetas del AT, y Cristo, el precursor del Nuevo Pacto. Por lo tanto aquí tenemos el encuentro entre las dos grandes épocas bíblicas. Los tres versos están repletos de significado espiritual.

En estos tres versos tenemos también las tres personas de la Trinidad en acción:


1. El Bautismo del Hijo (v. 9)

2. El Descenso del Espíritu (v.10)

3. La Voz del Padre (v.11)



II. EXÉGESIS


Verso 9

Aconteció en aquellos días…”

Era el año 26 o 27 d.C., cuando Juan ya había desarrollado su ministerio por varios meses. Jesús tenía 30 años (Lucas 3:23); Juan era mayor por seis meses (ver Lucas 1:36).


“…que Jesús vino de Nazaret de Galilea

Aunque muchos afirman que Juan y Jesús eran primos (ver Lucas 1:36), no hay indicación alguna que hubo contacto entre ellos antes de este momento (ver Juan 1:31, 33). Juan fue criado en el sur de Judá (Lucas 1:39-40), mientras que Jesús creció en el norte (Nazaret). Es probable que se conocían por nombre[1], aunque en el caso de Juan esto depende de la fecha en que sus padres murieron (dado a que eran de edad avanzada cuando nació Juan; Lucas 1:7).

Es interesante observar que Cristo no pidió a Juan ir a Galilea, para bautizarlo en el Mar de Galilea, sino que Él mismo fue a buscar a Juan, para ser bautizado por él. ¡Cuan humilde fue el Rey de la gloria durante Su encarnación! No vino para ser servido, sino para servir.


y fue bautizado por Juan en el Jordán

Al venir a ser bautizado por Juan, no hizo un gran escándalo, para que toda la gente lo viera. Vino en el anonimato, y quizá estaba solo cuando fue bautizado por Juan.

La frase, “en el Jordán”, es la traducción de ‘eis ton Iordanen’. La preposición, ‘eis’, significa ‘hacia adentro’, e implica que Cristo descendió al río Jordán, y se metió en las aguas.


Una pregunta que ha interesado a muchos comentaristas es, ¿por qué se bautizó Jesús? Juan reconoció quien era Jesús, y se resistió bautizarlo (Mat 3:14). ¡El que escuchó las confesiones de otros, ahora confiesa su propia necesidad: “Yo necesito ser bautizado por ti” (Mat 3:14)! Sin embargo, ante la negativa de Juan, Jesús explicó porqué era necesario que Él sea bautizado; era “porque así conviene[2] que cumplamos toda justicia” (Mat 3:15). ¿Qué quiso decir con esto? Obviamente no fue un reconocimiento de ser pecador.

Algunos interpretan la frase, “cumplir toda justicia”, en el sentido de ‘toda ordenanza justa’, y relacionan el bautismo de Cristo con la circuncisión de Cristo. La circuncisión fue una clara ordenanza del AT; por eso Cristo se sometió a ella. Aunque es cierto que el AT nunca ordena el bautismo en agua, sin embargo en los labios de Juan el Bautista este acto vino a ser una ordenanza, por la sencilla razón que Juan vino de Dios, era profeta, y su bautismo era de Dios (Mateo 21:25).

Calvino interpreta el bautismo de Cristo a la luz de Rom 6:3-4, afirmando que Cristo fue bautizado para asegurarnos a nosotros los creyentes, que hemos sido “injertados en Su cuerpo”. Sin embargo, esto no nos parece correcto. En Rom 6, Pablo está hablando de ser bautizados juntamente con Cristo, “en su muerte”, no en Su bautismo. Sin embargo, podríamos decir que el bautismo de Cristo representó, profética y simbólicamente, la muerte, entierro, y resurrección de Cristo (Rom 6:3-4).

Edersheim observa que el bautismo de Juan fue en anticipación de la manifestación del reino de Dios. El llamado a las personas era que se preparen para la venida de ese reino. En el caso de todo ser humano, esta preparación requirió la confesión y el arrepentimiento del pecado. Jesús no tuvo que hacer eso; sin embargo, fue ‘justo’ (es decir, lo correcto) identificarse con este mensaje de la manifestación del reino de Dios, y por eso, se bautizó.

Otra explicación complementaria, es que Cristo vino, no para hacer Su voluntad, sino la de Su Padre. Aplicando este principio al bautismo de Cristo, podemos decir que Cristo se bautizó, simplmente porque esa era la voluntad del Padre (Sal 40:7-8)[3]. No requirió mayor motivación que ello.

Una quinta interpretación es que el bautismo de Cristo fue parte de la humillación de la encarnación. Adaptando las palabras de Pablo, en Fil 2:8, podríamos decir que Cristo, “estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente…” hasta las aguas del bautismo. En Su bautismo, Cristo veló (voluntariamente) Su naturaleza divina, y tomó completamente la forma externa de un hombre (pecador). En Romanos 8:3, Pablo afirma que Dios el Padre envió a Su Hijo, “en semejanza de carne de pecado”. Las personas, al ver a Cristo descender a las aguas del Jordán, pensarían que él también estaba reconociendo y confesando sus pecados; cosa que evidentemente NO era cierto.


“Tal vez para Jesús el bautismo significaba dedicación a su misión, identificación con la mejor predicación profética de su tiempo, y consagración de su vida a Dios” (R. Brown).

Muchos comentaristas ven en el bautismo de Cristo una primera señal de Su identificación con los pecadores, y una disposición de tomar sobre Sí la pecaminosidad del mundo. Sin embargo, los autores del NT nunca adoptan esta postura, reservando la identificación del Señor con los pecadores para Su muerte en la cruz. Sin embargo, Cranfield observa que Cristo a veces usó el ‘bautismo’ como sinónimo de Su muerte (Marcos 10:38; Lucas 12:50), y usa esto para justificar su opinión de que Cristo se bautizó en señal de Su identificación con los pecadores.


Verso 10

Y luego, cuando subía del agua…”

Lucas indica que la experiencia de ver los cielos abiertos, y el Espíritu descendiendo en forma paloma, ocurrieron cuando Cristo estaba orando (Lucas 3:21)[4]. ¿Qué estaría orando? Seguramente pidiendo al Padre esa ‘doble unción’ para poder cumplir Su ministerio terrenal, y llevar a cabo la voluntad del Padre en la tierra (ver Mat 6:10 y Heb 10:7). Fue contestado con el descenso del Espíritu Santo sobre Él.


“…vio abrirse los cielos…”

La palabra, “abrirse”, viene del verbo ‘skizo’, que significa ‘partir’, ‘romper’, ‘rasgar’[5]. Mateo, Marcos y Lucas usan este verbo del velo del templo, que se rasgó en dos (Mat 27:51; Marcos 15:38; Lucas 23:45). Juan lo usa de los soldados, quienes no quisieron partir la ropa de Cristo (Juan 19:24). Estos usos indican que el verbo apunta a una acción violenta y fuerte, de rasgar algo. La traducción, “abiertos”, realmente no comunica la fuerza de la palabra en griego.

Un comentarista observa que en los evangelios (especialmente en Mateo), los autores usan la forma plural, “cielos”, para hablar de la morada de Dios. El término en singular (“cielo”) se emplea para hablar de la bóveda celeste (ver Mat 11:25; 14:19; etc). De ser así, lo que se vio en ese momento, no fue simplemente que el cielo azul se abrió, en alguna manera, sino que los mismos cielos espirituales se abrieron, permitiendo el descenso del Espíritu Santo.

Marco da a entender que fue Cristo quien vio los cielos rasgados, y al Espíritu Santo descendiendo sobre Él (ver también Mat 3:16). Sin embargo, el cuarto evangelio da a entender que fue Juan el Bautista quien vio al Espíritu descender sobre Cristo (ver Juan 1:32-33).


“…y al Espíritu como paloma que descendía sobre él

La manifestación del Espíritu Santo en forma de paloma es inusual. La representación de la Divinidad en forma de un animal estaba tajantemente prohibido en el AT (Ex 20:4). Es cierto, que en Gén 1:2 leemos que “el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas”, y que el verbo (“se movía”) se usa de las aves (ver Deut 32:11, “revolotea”); sin embargo, ese texto no identifica al Espíritu Santo con una paloma[6].

Marcos (al igual que Mateo) dice que el Espíritu Santo vino “como” paloma (griego, ‘josei’). Lucas usa la misma palabra, pero añade la frase, “en forma corporal” (Lucas 3:22). A la luz de esto, varios comentaristas niegan que el Espíritu Santo se haya manifestado literalmente como una paloma física, sino que simplemente se vio algo que tenía la forma de una paloma.


Ante la pregunta, ¿por qué el Espíritu Santo se manifestó como una paloma, y no como llamas de fuego (como en Hch 2)? Calvino responde a la luz de Is 42:2-3. Cristo desarrolló un ministerio tranquilo, sin voceríos, etc. Por ende, la figura de una paloma era más apropiada que llamas de fuego (ver Mat 10:16, “sencillos como palomas”). El poder del Espíritu con el cual Cristo ministró, no fue un poder espantoso (causando a la gente temblar), sino un poder manso y humilde, haciendo que las personas se acerquen a Él con confianza, buscando consuelo y amor.


Aunque Juan 1:32 afirma que el Espíritu permaneció sobre Él, esto no debe interpretarse de la figura de la paloma, sino de la realidad de la Persona del Espíritu Santo (aunque, ¿cómo pudo Juan haber visto eso?). En Is 11:2 leemos, “Y reposará sobre él el Espíritu de Jehová”.


Muchos comentaristas han tomado esta experiencia como señalando el momento en que Cristo recibió la llenura del Espíritu Santo para desarrollar Su ministerio terrenal. Sin embargo, hay ciertas dificultades con esta suposición. En primer lugar, Juan el Bautista fue lleno del Espíritu Santo desde el vientre de su madre (Lucas 1:15). ¡Sería extraño que Cristo no tuviera una experiencia similar! En segundo lugar, el hecho de que el Espíritu Santo viniera sobre María para engendrar a Cristo, pareciera confirma que Cristo fue lleno del Espíritu Santo desde el momento de Su concepción. En tercer lugar, lo que leemos de la infancia de Cristo (en el templo), apunta a un niño que ya gozaba la manifestación del Espíritu Santo en Su vida (guiándole, dándole sabiduría, etc.).

Por ende, concluimos que lo que el Señor recibió, en este momento, no fue más del Espíritu Santo, sino que recibió la unción necesaria para llevar a cabo Su ministerio terrenal (Calvino). En esto Cristo sirve como un ejemplo para toda persona llamada al ministerio. Como creyentes, ya tenemos al Espíritu Santo; sin embargo, para desarrollar nuestro ministerio de pastor y predicador, nos hace falta recibir una mayor unción.


NOTA: El Espíritu es invisible y omnipresente; por ende, hay que tener cuidado como
interpretamos las palabras, “vio…al Espíritu”, y “al Espíritu…que descendía”. Lo que
Cristo (y/o Juan) vio, fue no tanto al Espíritu Santo mismo, sino a la figura en la cual el
Espíritu Santo se manifestó en ese momento (la paloma). Además, el verbo ‘descender’
se usa de la forma de la paloma, y no tanto del Espíritu Santo mismo. En el mejor de
los casos, el verbo ‘descender’ sería una expresión antropomórfica (como si Dios
tuviera un cuerpo físico).


Tú eres mi Hijo amado; en ti tengo complacencia

La voz se dirigió a Cristo personalmente, “Tú eres mi Hijo amado” (comparar Lucas 3:22). Mateo presenta estas palabras en forma indirecta, “Este es mi Hijo amado” (Mat 3:17), como si las palabras fuesen dirigidas a Juan el Bautista.

Estas palabras tienen relación con Sal 2:7, donde el Padre dice del Mesías, “Mi hijo eres tú”. También hay un eco de Gén 22:2, donde Dios describe a Isaac (quien en ese capítulo sirve como una figura de Cristo), con las palabras, “a quien amas”.

Cristo ya sabía que era Hijo de Dios (ver Lucas 2:49). Las palabras del Padre sirvieron para confirmar lo que Cristo ya sabía de Sí mismo. Si Juan el Bautista escuchó estas palabras también, entonces seguramente sirvieron para confirmar la identidad divina del Mesías, cuya venida él anunciaba.


El verbo, “tengo complacencia”, está en el aoristo (‘eudokesa’). Apunta al aprecio que el Padre tuvo una vez para siempre, para con el Hijo, en la eternidad. Estas palabras están relacionadas con Is 42:1, donde Dios dice del Mesías, “He aquí mi siervo…mi escogido, en quien mi alma tiene contentamiento”.

Como Matthew Henry bien observa, aunque en la encarnación, Cristo “se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo” (Fil 2:7), no dejó de ser el Hijo Amado del Padre. En Su condición de hombre, no perdió la esencia de Dios. Por ende, Dios el Padre lo seguía amando, como lo hacía desde la eternidad.

La traducción, “complacencia”, parece un poco débil. La idea de la palabra, en este contexto, es ‘deleitarse’.


NOTA: En el AT, cuando un profeta iba a ser comisionado por Dios para el ministerio
profético, recibía una revelación divina (ver Is 6; Jer 1, Ezeq 1). Tenemos algo
parecido aquí.

El camino de Cristo fue preparado por Juan el Bautista. Cristo cumplió toda justicia; fue ungido por el Espíritu Santo; fue sido proclamado y aprobado por el Padre. Todo estaba listo para comenzar Su ministerio. ¡Ojalá todos comenzáramos así el ministerio cristiano!




III. HOMILÉTICA


TEMA “La Preparación para el Ministerio”

El ministerio cristiano es de gran importancia. Servir a Dios es un enorme privilegio. Sin embargo, requiere una profunda preparación.

¿Cómo debe prepararse una persona para el ministerio cristiano?

En Marcos 1:9-11, encontramos el modelo de Cristo al respecto. De estos versos podemos notar tres aspectos importantes de la preparación para el ministerio cristiano:


1. La Consagración Personal (v.9)

Cristo se bautizó como un acto de consagración personal:

a. Obediencia al Padre
b. Compromiso con el Reino de Dios
c. Humillación Personal

¿En qué manera nos hemos consagrado personalmente, a la obra de Dios?


2. La Unción Espiritual (v.10)

Aunque era Hijo de Dios, Cristo ministró en el poder del Espíritu Santo. Por ende, pidió del Padre es ‘doble unción’, para poder llevar a cabo Su ministerio terrenal, como Dios encarnado.

¿Hemos recibido nosotros esa ‘doble unción’, o estamos tratando de servir a Dios en la ‘carne’?


3. La Confirmación Celestial (v.11)

Todo siervo de Dios necesita una confirmación de su llamado al ministerio. En este momento, Dios el Padre confirmó la identidad del Hijo y Su complacencia con Él.

¿En qué manera hemos recibido una confirmación celestial de nuestro llamado al ministerio?











[1] Sus respectivas madres seguramente les habrían hablado del hijo de la otra mujer.
[2] El uso de esta palabra es interesante. Cristo no dijo que era necesario que se bautice; simplemente que era conveniente que lo haga. El verbo que Cristo usó fue ‘afiemi’, que tiene la idea (en este contexto) de ‘dejar’ o ‘permitir’.
[3] Comparar las palabras del pequeño Jesús, “¿No sabíais que en los negocios de mi Padre es necesario estar?” (Lucas 2:49).
[4] Lucas muchas veces habla de la vida de oración de Cristo (Lucas 3:21; 5:15; 6:12; 9:12, 28, 29; 22:32, 41; 23:34, 46).
[5] Mateo y Lucas usan un verbo menos dramático – ‘anoigo’ (Mat 3:16; Lucas 3:21), que significa simplemente ‘abrir’ (ver Mat 2:11; 5:2; etc.).
[6] Aunque el Talmud cita ese texto en la siguiente manera, “El Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas, como una paloma” (Edersheim, op. cit.).